El precio de la libertad
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas del hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre.
¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
América Latina de ninguna manera ha sido única en el escenario mundial no solo por no alcanzar los estándares de productividad establecidos por otros, sino por rechazar, resentir y restringir positivamente a aquellos que eran más productivos, y explicar sus propios rezagos culpando a la “explotación” por otros en el país y en el extranjero.
Los intelectuales latinoamericanos abrieron el camino en el desarrollo de la “teoría de la dependencia”, culpando a los norteamericanos y otros países de los rezagos de los sudamericanos.
Finalmente, el sorprendente éxito de los países asiáticos que abrieron sus economías al comercio exterior, los inversores extranjeros y la tecnología extranjera erosionó los cimientos de la teoría de la dependencia en América Latina.
Pero no antes de que generaciones enteras fueran sacrificadas a esta auto-indulgencia de los intelectuales latinoamericanos.
La idea de que los contribuyentes deben pagar impuestos por lo que otros quieren sugiere que gran parte de la educación actual no logra inculcar la realidad y, en cambio, favorece un sentido egocéntrico de derecho a lo que otras personas han ganado.
La nuestra puede convertirse en la primera civilización destruida, no por el poder de nuestros enemigos, sino por la ignorancia de nuestros maestros y las peligrosas tonterías que están enseñando a nuestros hijos. En una era de inteligencia artificial, están creando estupidez artificial.